EL “ACQUA ALTA” EN SEVILLA

foto sevilla y el Guadalquivir


En la memoria de nuestros mayores están bien impresas las frecuentes crecidas del Río Grande (Guadalquivir en árabe es Río Grande) que transformaban una ciudad tórrida y seca de Andalucía en una Venecia del sur.
Exceptuando algunas ocasiones en que las riadas fueron trágicas, la mayoría de las crecidas del río eran mansas y permitían que la ciudad mantuviera su ritmo durante el tiempo que las aguas tomaban las calles de Sevilla.
Junto al puente de Triana existía, y aún existe, un pequeño mascarón en el que los sevillanos calculaban la altura de las aguas, y con ello, el peligro de inundación de los distintos barrios de la ciudad.
-¡Ya tiene que estar llegando el agua a La Alameda!- Decían unos después de calcular lo que faltaba para llegar a la fatídica señal
-¡Seguro que ya está inundado el barrio de San Bernardo!- Aseguraban otros.
Estos cálculos certeros permitían a los vecinos de las zonas más bajas, y por lo tanto más proclives a la inundación, retirar todos sus muebles e incluso que ellos mismos se fueran a vivir, mientras el peligro acechaba, a pisos más altos, en muchas ocaciones de familiares, amigos y vecinos.


foto sevilla y el Guadalquivir

Este último fue mi caso porque yo viví, siendo un niño, la última gran riada de Sevilla. En mis recuerdos se mezclan los comentarios inquietos de los mayores con la alegría que mi hermano y yo sentíamos por la novedad de que la familia de mis amigos, que habitaban el bajo, tuvieran que subir a vivir con nosotros. El dormitorio que normalmente ocupábamos se convertía de repente en una cabaña de juegos para seis amigos; todos de parecida edad, jugábamos y jugábamos durante el día y parte de la noche. Las clases se suspendían y, aunque en un primer momento debíamos permanecr encerrados, cuando el nivel de las aguas comenzaba a descender, nuestros padres que ya no conseguían mantenernos encerrados, nos colocaban las botas de goma y nos permitían jugar en las calles inundadas
-¡¡Tened mucho cuidado!!- Nos decía mi madre.
-¡¡No os alejeis de casa!!- Gritaba mi abuela.
-¡¡Cuidad de no resbalar!!…

Advertencias inútiles porque dentro de nuestras botas nos convertíamos en intrépidos piratas que surcaban mares, guardaban tesoros y salvaban princesas. Más de una vez volvimos embarrados hasta las orejas y, aunque con temor por la inminente regañina, volvíamos a casa con el corazón cabalgando sobre las azañas realizadas.

Mi curiosidad por conocer las arcanas vinculaciones de los sevillanos con su río me ha llevado a indagar entre los recuerdos de los que fueron niños o jóvenes durante aquellos lejanos años y aunque lo primero que nos presentan son los recuerdos de la escasez de alimentos, de las fatalidades, de las molestias por convivir diariamente con el agua y el obligado cambio que esto daba a el ritmo de la vida, también creo percibir en ellos esa luz que en mis recuerdos acelera mi corazón.
En algunos es la coquetería que convirtió a un joven en valedor de su dama, posiblemente hoy su mujer,

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en otros la chispa del conocedor de las claves de un mundo ya extinguido y que su conocimiento le otorga el valor del sabio, del sacerdote, del gurú que mantiene la llama de un recuerdo que morirá con él; pero especialmente he encontrado en todos ellos, personas de distintas edades, el brillo de una alegría infantil que convertía, y siempre convertirá, cada novedad en el gozo de un juego o de una experiencia única, extraordinaria y memorable.


Antonio Martínez Romero
(Ben Baso - Sevilla 2008)

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Calle Castilla, Iglesia de la O.


La Alameda de Hércules esquina con calle Trajano